Parte de la fuerza de la obra de Reiniger consiste en que, de alguna manera, la evidencia del trabajo hecho a mano resalta aún más la cualidad mágica que lleva en sí un arte como el de la animación. Parece una cuestión de alquimia, prácticamente, el hecho de que unas cartulinas recortadas, objetos inanimados, puedan cobrar vida con la riqueza expresiva de las películas de Reiniger. Preocupada más por la creatividad que por la técnica, su cine sigue la estela del arte milenario de las sombras chinescas. En las antípodas de la estética relamida de Disney, sus films muestran el nervio de la animación en historias que ejercitan la imaginación, y la hacen galopar por misteriosos parajes como si fuese a lomos del caballo mágico de príncipe Achmed.