Un desplazamiento geográfico, la ilusión y el vértigo de una migración, un movimiento interior y exterior que me lleva a conectarme con momentos muy lejanos.
Conecto y retomo movimientos que alguna vez
congelé. Los busco en la niña que decidió
cancelarlos y en la adolescente que los descartó. Descongelo estos movimientos y me visto de
ellos. Y es en este movimiento que un antiguo invitado se presenta en la
fiesta: mi sombra. La veo, la reconozco
y la invito a bailar. Bailamos la rabia y la alegría, que pueden estar
asombrosamente cerca, y bailamos el
miedo y la parálisis que también pueden acechar.
Y vestida de movimiento, vuelvo a mirar los
desplazamientos familiares; veo con nuevos ojos
los viajes de ida y de vuelta que he emprendido siendo hija y
siendo madre.
Un primer desplazamiento familiar desde
Canarias a Venezuela, donde nazco y he vivido la mayor parte de mi vida; un
segundo desplazamiento, esta vez con la
familia que he creado y con destino Cataluña. Ambos son determinantes para ser
lo que soy. Brindo con alegría por cada una de mis tres tierras, Canarias,
Cataluña y Venezuela, que hoy está luchando por un futuro mejor.
Mientras siembro mis raíces en los orígenes,
extiendo mis alas, hoy, aquí en Barcelona y me adueño del color, de la luz y la
sombra, de los huesos de mis ancestros, de mis emociones y pensamientos. Me
apropio de mis palabras, mis acciones y mi risa que vuelve a brillar en mi
rostro.
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